Cuarto libro de Canción de Hielo y Fuego.
Si el anterior fue el que más me había gustado, éste es el que menos me ha gustado. Eso no significa que no esté bien y que no haya disfrutado leyéndolo, porque por supuesto que sí. El problema creo que ha sido la intensidad. O la falta de ella.
El tercer libro está en el culmen de la intensidad, con batallas de espadas continuamente. Acciones rápidas. Muertes rápidas. Cambios de capa rápidos.
El cuarto libro es la calma que viene después de la tormenta. Una calma en la que la guerra se fragua con las palabras, con las amistades, los enemigos y los puñales en la espalda. Hay fidelidades puras, incondicionales. Pero incluso estas fidelidades llegan a un punto en que se pueden romper y se duda a quién defender. Lo que te lleva a no confiar en nadie.
Un libro que deja constancia de una parte de la naturaleza humana, que siempre se repite. El que es fuerte y tiene poder defiende lo suyo a costa de dejar al pobre aún más pobre.
"El mundo está lleno de cosas espantosas, Tommen. Puedes luchar contra ellas, reírte de ellas o verlas sin mirar... Escapar hacia dentro."
"En el juego de tronos, hasta las piezas más humildes pueden tener voluntad propia."
"Nadie sabe qué puede hacer de verdad a menos que se atreva a saltar."
Y para no quedarnos con un mal sabor de boca, ya que este cuarto libro me ha resultado un poco triste por tanta deslealtad, allá va otra cita que me ha gustado.
"El amor no tiene nada de vergonzoso, y si los septones os dicen que sí, es que vuestros siete dioses son unos demonios."