2 de abril de 2011

LAS COSAS QUE NO NOS DIJIMOS, de Marc Levy


El título del libro es completamente aclaratorio: "las cosas que no nos dijimos".

La mayoría de nosotros vivimos acelerados, día tras día, sin tiempo para decirnos todas las cosas que nos apetecería decir a la gente que tenemos cerca. Pero muchas veces el tiempo va pasando, y esas cosas van quedando cada vez más escondidas. Nos olvidamos de lo que teníamos que decirle a quien tenemos al lado. Y llega un momento que es demasiado tarde. O simplemente, nos olvidamos de cómo decirlas.

Julia se va a casar con Adam, y justo antes de la boda, su padre muere y tiene que anular la boda. A partir de ahí, empieza un viaje en el que Julia "conocerá" a su padre después de casi 20 años de nula relación, y por supuesto, se conocerá a sí misma.

Es una historia preciosa de amor en todos los sentidos. De cómo los hechos del pasado influyen en el presente. De cómo la cabezonería y el orgullo rompen relaciones que no deberían estar rotas.

Muchas veces tengo ganas de decir a la gente que tengo alrededor lo mucho que os quiero, daros las gracias por haberme escuchado, por pedirme ayuda, por hacerme reír. Pero no lo digo. También sé que la gente que está a mi alrededor, realmente sabe que lo pienso, aunque no lo diga. Y lo peor es que después de mis casi 30 años, ya no sé cómo decirlo, y me conformo con pensar que sabéis que os quiero.

Pero es una pena ver cómo día a día, mis enanos de 3 años, son capaces de decir SIN MIEDO que me quieren, o que me han echado de menos, de dar veinte abrazos en 1 hora, de salir corriendo a besar a un amigo si ha estado malito en casa durante 2 días, de dar las gracias o pedir perdón. Y en cambio, los mayores, que nos creemos adultos y más inteligentes que los niños de 3 años, tenemos miedo de decir o demostrar cuánto queremos a los que tenemos cerca (o a unos cuantos kilómetros de distancia). Crecemos, vivimos, experimentamos, reímos, lloramos, y todo esto ¿debe conllevar hacernos más fríos?

1 comentario:

wonderfulesco dijo...

Recuerdo un viaje a mi pequeño rinconcito en un isla mediterranea. No fui solo, alguien me acompañó. Ese viaje era principalmente por mi tranquilidad mental, para comenzar cosas que eran necesarias comenzar de una vez, para abrir puertas hacia mi tranquilidad y para empezar a disfrutar de verdad de una situación que siempre he querido disfrutar.
Hubo un momento de susto nocturno con un vecino que apareció en la oscuridad, que luego se convirtió en una anécdota. Hubo un momento tirante debido a puntos de vista distintos y a un mal entendido. Hubo valor en los momentos de enfrentarse a la temida burocracia. Conseguí abrir esa puerta de atrás que ha liberado mi mente. Me reí mucho con las cosas que iban sucediendo. Disfruté de la belleza de otras personas que iban apareciendo. Me contagié por la euforia del deporte (hasta entonces desconocida para mi). Puse freno a agentes externos que se infiltraban a mi interior. Disfruté de unos baños de luna...
Aunque suena a moraleja enlatada, todo esto no hubiese sido posible sin mi acompañante. Fue la que me dió el valor, la alegría, la seguridad, la tranquilidad, la que me hizo pensar y sobre todo la que me demostró lo mucho que me quería. Aunque yo ya lo sabía, parece que cuando algo se tiene por seguro, se pierde la perspectiva de lo que es. Ese viaje me ayudó a conocerla más y mejor. A conocerme a mi a través de sus palabras y de sus expresivos ojos.
Te doy las gracias, por ese viaje, por las cosas que hemos hecho y las que nos quedan por hacer juntos. Por ser tú y porque hayas querido quedarte en mi vida.
Yo también te quiero.